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Biografía de la Loma

Actualizado: 11 sept 2023

Como objeto literario, Loma ardiente y vestida de sol surgió en una madrugada de mayo de 1973, durante un descanso para tomar café.

Estábamos estudiando para presentarnos a los exámenes en la convocatoria de junio. Éramos tres: mi padrino de bodas, que orgullosamente le decía, a quien quisiera escucharlo, que era de Ocú, también concurría un amigo nicaragüense, en esa época simpatizante del Frente Sandinista, y yo. Otras veces éramos más o éramos menos, pero esa noche en concreto estábamos nosotros tres. El apoyo recibido en mecanografía y en papel vino después.

Nos reunimos a eso de las 11 de la noche, revisamos las materias y nos hicimos preguntas hasta las 3 o las 4 de la madrugada con el temario en las manos. Ese año, por la cercanía de la fecha de los exámenes, iniciamos con Medicina Interna y Oftalmología. Como a eso de la una de la madrugada nos levantamos. En la cocina, cada uno preparaba su café instantáneo con leche condensada y nos relajábamos hablando nimiedades. A las 3, más o menos, retornamos cada uno a su cubil. En esa época, Salamanca era una ciudad mayormente universitaria y las lámparas de estudio (los flexos), le daban sensación de vida a la noche de los edificios.

Esa madrugada de mayo, no recuerdo la fecha, mientras los dos compañeros medio que hablaban de política y, como era habitual, arreglaban Latinoamérica, me asaltó lo que creía que era un cuento que pretendía titular Historias de la loma, de la Petra y de su hermano Josesito, loco el pobre, pero en realidad era la frase inicial de la novela, que se quedó como portal de la historia y los grandes chismes que se derivaran de ella:


"La noche que apuñalearon a la Petra, el Chango Sebastián volvía de casa de su compadre Chón, de ver a su hijo que tenía trancazo".


En la siguiente carta le pedí a mis padres que me enviaran las bases del Concurso Nacional de Literatura, llamado Ricardo Miró en honor al autor del poema Patria, y a la vuelta de correo ya las tenía.

Por razones bélicas, creo, tras la guerra civil que desangró España el correo era puntual y eficiente. En Salamanca había dos oficinas de correo, una en la Gran Vía (casa matriz) y otra en la avenida de Portugal, como sucursal, en línea recta justo a donde vivíamos al otro lado de la calle. El cartero entregaba la correspondencia en un buzón situado en la entrada de cada edificio y para quienes cambiaban de dirección estaba la opción del apartado postal, con disponibilidad 24/7. El nuestro era el 2031.

Una carta escrita en Colón se podía enviar desde el correo de Cristóbal, en la extinta zona del canal, y su trazabilidad te llevaba de Cristóbal a Balboa, Madrid, Salamanca, y en tres días la estaba en el buzón de la oficina de correos. También podías enviarla desde Colón y su ruta variaba muy poco: Colón, (3 días), Panamá (otros tres días), por encima del océano atlántico, (3 días más), Madrid (un día), Salamanca (otro día). Total, 12 días mínimo, a menos que hubiera ferias, fiestas, días libres decretados por el general de turno (en esa época era el general Torrijos) etcétera. Así era, al menos, en teoría. Por otro lado, enviar una carta a través del correo de la Canal zone ahorraba más días aún y, un buen día, podía uno recibir la encomienda en 4 sorpresivos días laborales.

continuará...

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